¿Qué hacían las mujeres de la elite colonial
en la época que se declaraba la Independencia?
Las imágenes más comunes las muestran amenizando unas fiestas características de su grupo social, las tertulias, o bien organizando el trabajo de una numerosa servidumbre, en las grandes casonas coloniales.
Estas tareas y actividades eran efectivamente propias de las mujeres de este sector social. Pero, además, ¿qué otras cosas hacían?, ¿cómo era el vínculo con sus padres y sus maridos?, ¿cuál era el modelo de mujer aceptado por su grupo social?, ¿qué educación recibían?, ¿con quiénes se casaban?, ¿podían elegir a sus maridos?, ¿acaso podían recorrer caminos distintos de los pautados socialmente?
Una vida con escasas opciones
"Aunque la mujer tenía derechos legales limitados (como el derecho a heredar), ninguna mujer [...] podía tener una profesión, porque se pensaba que era incapaz de cualquier tipo de vida fuera de su hogar. Para las mujeres de Buenos Aires sólo había tres opciones: el matrimonio, la soltería o la entrada en un convento de clausura. Por los informes de los viajeros que visitaron Buenos Aires sabemos que las mujeres que elegían el matrimonio o la soltería debían llevar una vida tranquila y cortés centrada en el hogar y en la iglesia. En sus hogares, y en las reuniones sociales, las mujeres no debían desplegar inteligencia, sino más bien brindar el toque amable a los invitados, ser capaces de una charla agradable y vivaz, de bailar danzas españolas y francesas, tocar la guitarra y cantar. Otra cosa que podían hacer las mujeres era tocar el arpa. Siempre iban bien acompañadas cuando salían de sus casas, y las bien educadas no se mezclaban con la gente "vulgar". [...] Aunque las invitaban a bailes, fiestas y tertulias, quedaban excluidas de muchas de las reuniones que abundaban en la vida social de los hombres."
Socolow, Susan, Los mercaderes del Buenos Aires virreinal: familia y comercio.Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1991.
La educación de las mujeres de la elite
"La ignorancia era perfectamente sostenida. No había maestros para nada, no había libros sino de devoción e insignificantes, [...] ya debes de conocer lo que sabían las gentes, leer, escribir y contar, lo más. Para las mujeres había varias escuelas que ni el nombre de tales les darían ahora. La más formal donde iba todo lo más notable era una vieja casa [...]. La dirigía doña Francisca López, concurrían varones y mujeres. Niñas desde cinco años y niños varones hasta quince, separados en dos salas, cada uno llevaba de su casa una silla de paja muy ordinaria hecha en el país de sauce; éste era todo el amueblamiento, el tintero, un pocillo, una mesa muy tosca donde escribían los varones primero y después las niñas. Debo admitir que no todos los padres querían que supieran escribir las niñas porque no escribieran a los hombres; estas sillas ordinarias que ni para muestra hay ahora, no era fácil tenerlas tampoco porque había pocas, todos los oficios eran miserables, así muchas niñas se sentaban en el suelo sobre una estera de ésas de esparto. Había una mesita con un nicho de la Virgen donde se decía el bendito a la entrada y a la salida. Éste era todo el adorno de la principal sala y en un rincón la cama de la maestra: el solo libro era el Catecismo, para leer en carta cada niña o niño traía de su casa un cuaderno que les escribían sus padres, y se le decía el proceso: todo lo que se enseñaba era leer y escribir y las cuatro primeras reglas de la aritmética, y a las mujeres coser y marcar [...]. Había algunos pardos que enseñaban la música y el piano, éste era el solo adorno para las niñas, era para lo solo que había maestros, muy mediocres. No puedes imaginarte la vigilancia de los padres para impedir el trato de las niñas con los caballeros, y en suma en todas las clases de la sociedad había vanidad en las madres de familia en este punto. La dicha de los padres era tener una hija monja, un sacerdote, y la sociedad giraba sobre esta tendencia."
Sánchez, Mariquita, "Recuerdos del Buenos Aires virreinal", en Sáenz Quesada, María, Mariquita Sánchez. Vida política y sentimental, Buenos Aires, Sudamericana, 1995
Las actividades de las niñas, las relaciones familiares
Las niñas de las familias decentes del Buenos Aires virreinal solían pasar la mayor parte de su tiempo en sus grandes casas de la ciudad, entre costuras, bordados, zurcidos y asistencia a misas. Sus padres les enseñaban las primeras letras, para que pudieran colaborar en las empresas familiares.
Las niñas participaban de las tertulias, esos ámbitos de sociabilidad tan típicos de la elite colonial. Los fines de semana, dejaban la casa de la ciudad, para ir con sus padres a las quintas y estancias que éstos poseían en la campaña cercana. Por lo general, crecían mimadas por la servidumbre de la casa. El cariño no era lo más característico en las relaciones familiares. El trato de los padres hacia sus hijos se caracterizaba por la severidad y la distancia.
Elaborado a partir de: Félix Luna (director), Mariquita Sánchez de Thompson, Colección Grandes protagonistas de la historia argentina, Buenos Aires, Planeta, 2000.
Matrimonios por conveniencia
En los hogares de la gente decente era habitual que los padres eligieran maridos para sus hijas. Los matrimonios así pautados no tenían en cuenta los sentimientos de las jóvenes sino los intereses de familia. A través de un buen matrimonio se buscaba mantener o incrementar el patrimonio familiar. Los ricos comerciantes, por ejemplo, se preocupaban por pactar matrimonios con hombres que a través del ahorro y la buena administración dieran continuidad a sus empresas mercantiles.
En este sentido, los españoles contaban con ciertas ventajas sobre los criollos. Las familias decentes los consideraban más trabajadores y ahorrativos que los nativos. Un dicho -Vino, marido y bretaña*, de España- que estaba muy extendido en la época expresaba muy bien esta preferencia. Susan Socolow1 sostiene que el casamiento de la mujer criolla socialmente establecida con el recién llegado de España no era sólo una norma aceptada en Buenos Aires, sino que estaba extendida por la mayor parte de Hispanoamérica.
Elaborado a partir de: Félix Luna (director), op. cit.
El amor en lucha contra la conveniencia: surgimiento de una nueva sensibilidad
Hacia 1803 Mariquita Sánchez tenía 14 años. Pertenecía a una distinguida familia porteña. A pesar de su juventud, Mariquita decidió cuestionar las rígidas costumbres de su época en torno al matrimonio. No aceptó casarse con el hombre elegido por sus padres, el español Diego del Arco. Amaba a un joven, llamado Martín Thompson y, animada por tales sentimientos y por una personalidad que comenzaba a definirse como muy libre y transgresora, resistió las imposiciones paternas. Ante la intransigencia de sus padres, ella y Martín decidieron llevar el enfrentamiento a la esfera pública. Presentaron un juicio de disenso ante las autoridades virreinales y, finalmente, fue el virrey Sobremonte el que dirimió el conflicto, fallando en favor de los enamorados.
La historiadora María Sáenz Quesada considera que Mariquita fue expresión de una nueva sensibilidad social: "... en esta lucha de carácter personal los novios no estuvieron solos. En efecto, la cuestión del casamiento con el elegido del corazón era uno de los grandes temas de la vida privada que debatía la sociedad finisecular. Si en Francia acababan de abolirse los privilegios que venían del Medioevo, si el espíritu del siglo tendía a acabar con las herencias gravosas, si los pensadores, literatos y poetas elogiaban el individualismo y la religión del corazón por encima de las frías normas, ¿podrían escapar los súbditos americanos de la Corona española al influjo de tales cuestiones?"
La firmeza de Mariquita al sostener contra viento y marea sus derechos, de los 14 a los 17 años, da cuenta además de una decisión que era fruto de su notable fortaleza, el punto de partida de una nueva sensibilidad social ante el matrimonio: la revalorización del amor de la pareja por encima de los intereses del grupo de familia.
En este punto la joven contaba con el respaldo moral del obispo Azamor y Rodríguez, titular de la diócesis de Buenos Aires. Éste había sido íntimo de su casa. Murió cuando ella tenía unos diez años; es fácil imaginar que esa niña, presente en las tertulias de los mayores como se acostumbraba en Buenos Aires, debió escuchar y absorber estos nuevos y atractivos conceptos que tan bien se adecuaban a su íntimo anhelo de libertad. Más sorprendente es que su padre, tan amigo del obispo Azamor, adoptara en oportunidad del enlace de su única hija un comportamiento intransigente. Pero una cosa era el vínculo amistoso, y otra muy diferente aceptar los revolucionarios criterios del prelado en lo que hacía al manejo de sus intereses de familia. "En sus escritos, Azamor había defendido la libertad de elección de su pareja por parte de los jóvenes [...]".
"Esta postura [...] era también la del progresista fiscal de la Audiencia de Charcas, Victorián de Villaba [...], para quienes la oposición de los padres respondía al capricho o a deleznables conveniencias económicas o sociales. Tanto el prelado como el fiscal expresaban un clima de ideas contrario a la Pragmática Sanción que en la década de 1780 había tendido a vigorizar la autoridad paterna a fin de evitar que la sociedad estamental se quebrara por matrimonios entre personas de diferente nivel social o de castas distintas. Según dicha Pragmática, los hijos, incluso los mayores de 25 años, debían solicitar el consentimiento paterno. La transgresión a esta norma se castigaba con la pérdida del derecho de herencia. En ese ambiente movilizado por nuevas ideas y nuevos protagonistas, los argumentos contrarios al noviazgo resultaron inconsistentes [...]".
"Aunque no fue el único juicio de disenso de esa década, pues hubo algunos otros de importancia en que los hijos pusieron pleito a sus padres, el de Mariquita y Martín tuvo una repercusión especial. [...] Ella y su novio se habían convertido, sin buscarlo, en pioneros de esta nueva sensibilidad."
Sáenz Quesada, M., Mariquita Sánchez. Vida política y sentimental, Buenos Aires, Sudamericana, 1995.
¿Revolución en la condición de la mujer?
La Revolución no modificó la condición de las mujeres de la elite heredada de la colonia, ni siquiera en lo relacionado a la libre elección de pareja. La tradicional costumbre de los padres de elegir maridos para sus hijas continuó imperando. Hasta un hombre con ideas políticas tan radicalizadas como Juan José Castelli siguió en este aspecto apegado al pasado. Hacia 1811-1812 se convirtió en protagonista de un escándalo público al negarle a su hija la posibilidad de casarse con un oficial que militaba en las filas de Saavedra.
Por entonces, Mariquita Sánchez de Thompson, desde las hojas y periódicos más radicales, incorporó al debate público el tema de la educación de las mujeres y cuestionó el rol subordinado y dependiente que se le asignaba a la mujer en el proceso revolucionario.
Elaborado a partir de: Félix Luna (director), op. cit.