24 jun 2011

TP "El Cuento Realista"


Regreso al cuadrilátero

Como periodista especializado en el viril deporte de los puños, pienso que ha llegado el momento de explicar al público las causas que ocasionaron la suspensión de la tan esperada pelea Inolfo Soroeta – Félix Durán Iguri. El tiempo ha pasado y la diferente óptica que aporta el devenir de los días puede hacer más comprensible aquel suceso, lejanas ya la emoción y la euforia.
Debo reconocer, ahora, que yo no estaba muy convencido de la vuelta al ring de Félix Durán Iguri “El sibarita del cuadrilátero”. Había pasado mucho tiempo desde que el muchacho de Villa Ángela decidiera abandonar el boxeo, para ser más precisos, desde aquella noche en que, combatiendo con el panameño naturalizado irlandés Dely McNally, no lograra visualizar los números que marcaban el paso de los rounds.
–Los números eran bien grandes –me reconocería Félix años después– para que pudieran ser vistos desde las últimas filas cuando los mostraban desde el ring las pibas. Pero yo no alcanzaba a divisarlos.
Comprendí, allí, que mi visión no era la mejor para un pugilista.
Esa disminución óptica, sumada al golpe que sufrió Félix al enredarse en la primera cuerda cuando subió al cuadrilátero, apresuraron su retiro.
Y allí pareció cerrarse la proficua y exitosa campaña del noble pegador chaqueño, uno de los campeones argentinos y sudamericanos más brillantes que hayamos tenido.
Lo encontré un par de veces más luego de su retiro y hallé a un hombre conforme con su destino, habituado a la comodidad de la vida de hogar, lejos de los fragores del combate y la exigencia desmedida de los gimnasios. En un pequeño negocio de su barrio, vendía esponjas, vendas y hasta aserrín que su espíritu previsor lo había llevado a recolectar durante su prolongado paso por los rings del mundo.
Pero de pronto estalló la noticia: “Félix Durán Iguri vuelve a pelear”, “El sibarita de Villa Ángela regresa al ring”. Confieso que me resistí a creerlo y hasta llegué a pensar que se trataba sólo de alguna delirante versión sin asidero lanzada por alguna publicación sensacionalista. Recurrí al medio más directo para confirmar tal especie: llamé a Félix.
–Es verdad, Gordo, vuelvo –me saludó desde el otro extremo de la línea telefónica–. Tenés que comprenderme, extraño el olor a aceite verde, los ruidos del gimnasio, el salto de la soga y aquellos trompadones fulminantes que solían pegarme en la ceja izquierda.
Corté sin contestarle. Intuí que Félix también añoraba, aun ocultándolo, el clamor de las multitudes gritando su nombre, su apellido en letras de molde, la gloria tras cada victoria sobre el cuadrilátero. Para colmo, otros púgiles, por esos días, habían regresado a la lid tras largo ostracismo con evidente éxito, y cito los casos de Ray “Sugar” Leonard, Juan Domingo “Martillo” Roldán, Esteban “Neófito” Higgams y Santos Benigno Laciar.
El periodismo todo se hizo eco de la decisión de Durán Iguri, saludando su pronta vuelta. Sólo la revista católica Esquiú puso algún reparo a su intento, publicando una plegaria extensa bajo el título de “Ofrenda adelantada por quien volará a tus manos, Señor”. Y también el quincenario médico Tiroides arriesgó una crítica sutil, advirtiendo sobre los riesgos ciertos que corren las personas empecinadas en acusar el peso correcto en la báscula, procurando dar la categoría. Pero, en líneas generales, el ambiente deportivo celebró el retorno del ídolo.
Mi preocupación se tornó completo malestar cuando me enteré de que la Asociación de Box había elegido como rival de Félix en su combate de reaparición a Inolfo “Carpincho” Soroeta, un joven famélico de fama y con dos puños que encerraban la potencia destructiva de los proyectiles antitanques.
No quise asistir a los entrenamientos de Durán Iguri, previos al combate. Supe, eso sí, que en los primeros días de gimnasio, sus articulaciones rechinaban con sonidos que hacían mal a los dientes y que sus flexiones de cintura consistían en agacharse y luego agacharse un poco más, dado que le era imposible recuperar la vertical. Que se había mostrado desenvuelto, sin embargo, cuando gateaba hacia las duchas. Tampoco quise leer los diarios anticipando el encontronazo. Pero no pude evitar ir a ver la pelea, la noche del evento, ese 15 de mayo de 1978. Y aguzaré mi memoria para contar con la mayor precisión posible los detalles que fueron conduciendo los hechos a ese final imprevisible.
El Luna, recuerdo, tenía el aspecto de los grandes acontecimientos y vino a mi mente, repetidas veces, aquella otra inolvidable velada de la pelea Gatica Prada, cuando Alfredo fracturó la mandíbula del recordado Mono. Y también aquella noche de la presentación de “Holiday on Ice” cuando la primera patinadora se estrelló contra la valla de contención.
Yo estaba prácticamente sobre el ring, ya que me había agenciado una cámara fotográfica para poder acercarme a los gladiadores. Pude apreciar, entonces, el rostro imberbe y reconcentrado de Inolfo “Carpincho” Soroeta, aguardando la llegada al tapiz del antiguo campeón. En su bailoteo, no dejaba de observar el pasillo que traería los pasos de Durán Iguri, el hombre que ya era una leyenda para el boxeo latinoamericano, el púgil sobre quien él seguramente había escuchado hablar desde la primera vez que entrara a un gimnasio. Para colmo, Félix Durán Iguri tardó una eternidad en llegar al ring. Saludado por una ovación impresionante, se demoró estrechando manos dejando un saludo acá y un frase allá, a todo aquel que quisiera verlo de cerca, tocarlo, darle su voz de aliento en el trayecto hacia el encordado. Allí pensé que quizás ese solo hecho, ese cálido recibimiento al ídolo de otrora, podría justificar el esfuerzo sobrehumano de Félix por recuperar la gloria de otros tiempos. Lo cierto es que Félix Durán Iguri llegó a pisar la lona, no sin dificultad, y se encaminó hacia el centro del ring. A la luz despiadada de los focos pude apreciar su cutis ajado, la calvicie que iba descubriendo un cabello frágil y un ligero temblequeo de su barbilla, producto, quizá, de los nervios.
De cualquier modo, Félix no dio tiempo a nada y sucedió lo que yo tanto temía. Se acercó a su joven oponente que lo miraba con una mezcla de respeto y reverencia, lo tomó del brazo y le dijo:
–En este mismo ring, pibe, cuando yo tenía tu edad, me acuerdo que peleé con Tito “Azafrán” Piacenza, pobrecito, que ya murió. Mirá, tendría más o menos tu mismo físico, algo más retacón, pero rubio, porque era rubio Piacenza. ¿Sabés cómo le decían a Piacenza? “El cartucho de Las Varillas”, porque parecía un cartucho de municiones cuando golpeaba. Tiraba en todas direcciones y sin embargo, esa noche a mí no me llegó a pegar una sola trompada. Mirá, acá está el Gordo Santamaría que no me deja mentir. ¿No es cierto, Gordo? Mi manager, que en ese entonces era don Eusebio Colomina, me dijo en el descanso del cuarto round: “Dejá que te pegue alguna trompada, porque tira tanto aire cuando erra que ya me lo resfrió al Juancito”. Juancito era Juancito Etcheverría, un pan de Dios Juancito, que siempre nos ayudaba en el rincón. Acá, don Ismael, se debe acordar. Ismael Arias, el árbitro del encuentro, asintió con la cabeza.
–Y también solía venir Luisito Higueras –siguió Félix–, el pibe que me hacía de esparring, hoy finado también, pobrecito Luis, tan buen chico. Y me acuerdo que Luisito se iba al almacén que había al lado de “La Triunfal” y se aparecía con un paquetón de galletitas “La Violeta”. Todas las tardes se aparecía con un paquete de galletitas, Luisito. Eran unas galletitas medias ovaladas, dulces, muy ricas con manteca o mermelada. No había tarde en que no apareciera con las galletitas “La Violeta” cuando todavía Venezuela era mano para acá, no como ahora. Y en el gimnasio estaban Corpúsculo Beitía, Armandito Lucchón, Isidro Soroeta... ¿no era nada tuyo ese Soroeta, pibe?
–Mi viejo.
Pude ver cómo se transfiguraba de emoción el rostro de Félix.
–¡¿Tu viejo?! ¿Isidro era tu viejo, pibe? –repetía incrédulo, mirándolo con mayor detención, a su rival–. ¿Vos sos hijo de Isidro Soroeta? ¡Pero mirá lo que son las cosas! Con tu viejo fuimos grandes, pero grandes amigos. ¡Isidro Soroeta! Gran muchacho, un caballero del deporte... ¡Mirá pibe... –Félix, siempre tomando al muchacho por el brazo, señaló hacia un rincón del Luna–. Tu viejo siempre se sentaba allá, en aquella punta; cuando no peleaba, lógicamente, ahí donde está ese cartel de zapatillas que en aquel entonces era de “Bragueros Patria”. Y, desde ahí, yo lo escuchaba gritar, alentándome “¡Vaaaamos Félix!”, porque él me decía Félix, con ese vozarrón que tenía...
–Sí, tenía voz fuerte.
–Un vozarrón tenía tu viejo. ¡Pero mirá vos que alegría! ¡El pibe Soroeta! Y había días que, con tu viejo... Vení, vení sentate...
Todos, con una confusión de sentimientos, vimos cómo Félix Durán Iguri conducía a “Carpincho” Soroeta hasta su propio rincón y lo sentaba en el banquito. Luego, se ponía en cuclillas junto a él y continuaba el relato.
–...y con el Vasco Miguelito... ¿lo alcanzaste a conocer al Vasco Miguelito?
–Sí, sí, ¿cómo no?... Nos íbamos a cenar, después de las peleas, a “El Fideo Fino”, de Pasco y Roca, que ya no está más, y fijate, pibe, que el Vasco no nos dejaba pagar, porque decía que guardáramos la guita para nuestras viejas, mirá vos la bondad de ese hombre... ¡Se murió el vasquito! Una tarde me llamó y lo fui a ver al hospital Centenario y me dijo “Félix –porque me decía Félix– Félix, cuidalo al Tolo.
Cuidalo al Tolo”. El Tolo era un perro que él tenía, un salchicha. Y se estaba muriendo el vasquito, pobrecito, de leucemia. Y fijate vos que tu viejo, pibe, tu viejo, Isidro, tu Isidro, nuestro Isidro, fue el que le sacó al Vasco, ya muerto, el protector bucal para conservarlo de recuerdo. Ese era tu padre, pibe. Había tardes en que nos íbamos al cine a ver tres de cowboys...
Fue a esa altura del relato que Inolfo “Carpincho” Soroeta rompió a llorar, estrujado su corazón por aquella catarata de recuerdos y memorias. No nos sorprendió ya que, desde casi cuarto de hora atrás, lloraban el árbitro, los jurados, quien esto les cuenta y hasta gente que había parado la oreja desde el ring-side.
Cuando la campana llamó para el primer round, todavía Félix estaba evocando la figura de “Chamuyito”, un canillita que fuera amigo de todos los púgiles de entonces, hasta la negra noche en que lo atropelló un trolebús. Y ambos, Félix y el pibe Soroeta, lloraban como dos niños, como si no tuvieran nada que ver con los dos combatientes, los dos gladiadores, los dos leones que todos reconocíamos en la pelea.

Roberto Fontanarrosa, en El mayor de mis defectos y otros cuentos,
©1990 by Ediciones de la Flor S.R.L. Buenos Aires, Ediciones de La Flor, 1990.

Actividades:

1. Buscá la biografía del autor. Completá la ficha biográfica y la grilla de seguimiento de lecturas.

2. Investigá brevemente qué es el Luna Park

3. Buscá el significado de las palabras que están subrayadas y también de aquellas que no conozcas. Copiá las definiciones bajo el subtítulo "Vocabulario"

4. En el primer párrafo del cuento, el narrador plantea que va a “explicar las causas que ocasionaron la suspensión de la tan esperada pelea Inolfo Soroeta – Félix Durán Iguri”. Después de haber leído todo el cuento expliquen por qué se suspendió la pelea en la que Félix Durán Iguri volvería a boxear.

5. ¿Por qué había dejado de luchar anteriormente?

6. ¿Por qué cree el narrador que Félix Durán vuelve a pelear?

7. El narrador agrega: “Para colmo, otros púgiles, por esos días, habían regresado a la lid tras largo ostracismo con evidente éxito, y cito los casos de...” y enumera una serie de nombres de boxeadores que, luego de haber abandonado el boxeo, volvieron a pelear. ¿Por qué esta es una razón más para que "el muchacho de Villa Ángela” decida volver? ¿Por qué llama de esa manera a Félix Durán?

El narrador:

8. ¿Quién cuenta esta historia? 

9. ¿Es alguien que participa de los hechos que narra o es externo al relato? 

10. ¿Tiene alguna relación con el personaje principal? Relean el cuento desde los primeros párrafos e identifiquen la información que aparece sobre él.

11. El narrador no está convencido del regreso de Félix Durán Iguri, cree que ya no está en condiciones de volver a luchar, y su preocupación se evidencia en el modo en que hace referencia a él y a su futuro contrincante. Releé las partes del texto en las que el narrador explica por qué piensa que Félix no está en condiciones de volver a boxear, es decir, los fragmentos donde presenta al protagonista de esta historia.

12. Localizá el párrafo donde el narrador dice: “Mi preocupación se tornó completo malestar cuando…”. ¿Por qué aumenta su preocupación? Releé y copiá el párrafo donde el narrador se da cuenta de quién va a ser el contrincante de la pelea.

13. ¿Cómo se prepara Félix para el enfrentamiento y cómo es el aspecto de los dos luchadores el día del combate?

14. Anotá, en dos columnas, las palabras o expresiones que utiliza el narrador para
describir el estado o el aspecto de cada uno, que mostraría la desigualdad de sus condiciones. Por ejemplo:
FÉLIX DURÁN IGURI                                               INOLFO SOROETA
sus articulaciones rechinaban                                     joven famélico de fama

15. Una persona “famélica” es una persona que tiene hambre extrema. ¿Qué quiere decir el autor con la expresión “joven famélico de fama”?

16. En el diálogo que mantiene Félix con el pibe Soroeta en el ring, el antiguo campeón hace referencia a una gran cantidad de personas que ya no viven, a lugares que ya no existen, a carteles y calles que han cambiado; ¿qué evidencian estos hechos en relación con la edad de este hombre y su posibilidad de volver a pelear?

El Cuento realista:

17. ¿Cómo son los personajes de este cuento (el narrador, el protagonista, el joven Soroeta)? ¿Qué características tienen? ¿Qué cosas les pasan? ¿Alguno de los personajes de este cuento se transforma? ¿Hay alguno que pertenezca a una especie desconocida, como dioses, hadas, héroes…?

18. En el cuento se hace referencia a algunos lugares: el ring, un pequeño negocio del barrio, el gimnasio, el Luna, el almacén, la calle Venezuela, etc. ¿Qué características tienen estos lugares que los diferenciarían, por ejemplo, de los reinos lejanos o los hermosos castillos donde ocurren los cuentos maravillosos?

19. ¿Cuándo, aproximadamente, podría haber ocurrido esta historia? ¿Es posible creer que esta historia alguna vez haya ocurrido o pueda ocurrir? ¿Por qué?

20. Releé el diálogo que tienen los dos contrincantes cuando están sobre el ring. ¿Cómo son sus palabras y sus frases? ¿Se puede pensar que fueron dichas en forma oral? ¿Por qué?






Fecha de entrega: Viernes 1/7

23 jun 2011

Poesías de Amor

Saberte aquí (Mario Benedetti)


Podés querer el alba
cuando quieras
he conservado intacto
tu paisaje
podés querer el alba
cuando ames
venir a reclamarte
como eras
aunque ya no seas vos
aunque mi amor te espere
quemándose en tu azar
y tu sueño sea eso
y mucho más
esta noche otra noche
aquí estarás
y cuando gima el tiempo
giratorio
en esta paz ahora
dirás
quiero esta paz
ahora podés
venir a reclamarte
penetrar en tu noche
de alegre angustia
reconocer tu tibio
corazón sin excusas
los cuadros
las paredes
saberte aquí
he conservado intacto
tu paisaje
pero no sé hasta dónde
está intacto sin vos
podés querer el alba
cuando quieras
venir a reclamarte
como eras
aunque el pasado sea
despiadado
y hostil
aunque contigo traigas
dolor y otros milagros
aunque seas otro rostro
de tu cielo hacia mí.





Oda al amor (Pablo neruda)
Amor, hagamos cuentas.
A mi edad
no es posible
engañar o engañarnos.
Fui ladrón de caminos,
tal vez,
no me arrepiento.
Un minuto profundo,
una magnolia rota
por mis dientes
y la luz de la luna
celestina.
Muy bien, pero, el balance?
La soledad mantuvo
su red entretejida
de fríos jazmineros
y entonces
la que llegó a mis brazos
fue la reina rosada
de las islas.
Amor,
con una gota,
aunque caiga
durante toda y toda
la nocturna
primavera
no se forma el océano
y me quedé desnudo,
solitario, esperando.

Pero, he aquí que aquella
que pasó por mis brazos
como una ola
aquella
que sólo fue un sabor
de fruta vespertina,
de pronto
parpadeó como estrella,
ardió como paloma
y la encontré en mi piel
desenlazándose
como la cabellera de una hoguera.
Amor, desde aquel día
todo fue más sencillo.
Obedecí las órdenes
que mi olvidado corazón me daba
y apreté su cintura
y reclamé su boca
con todo el poderío
de mis besos,
como un rey que arrebata
con un ejército desesperado
una pequeña torre donde crece
la azucena salvaje de su infancia.
Por eso, Amor, yo creo
que enmarañado y duro
puede ser tu camino,
pero que vuelves
de tu cacería
y cuando enciendes
otra vez el fuego,
como el pan en la mesa,
así, con sencillez,
debe estar lo que amamos.
Amor, eso me diste.
Cuando por vez primera
ella llegó a mis brazos
pasó como las aguas
en una despeñada primavera.
Hoy
la recojo.
Son angostas mis manos pequeñas
las cuencas de mis ojos
para que ellas reciban
su tesoro,
la cascada
de interminable luz, el hilo de oro,
el pan de su fragancia
que son sencillamente, Amor, mi vida
.

Poesías sobre la Naturaleza

Calma chica (Mario Benedetti)

Esperando que el vientodoble tus ramas
que el nivel de las aguas
llegue a tu arena
esperando que el cielo
forme tu barro
y que a tus pies la tierra
se mueve sola
pueblo
estás quieto
cómo
no sabes
cómo no sabes
todavía
que eres el viento
la marca
que eres la lluvia
el terremoto.

Árboles ( Federico García Lorca)


¡Árboles!
¿Habéis sido flechas
caídas del azul?
¿Qué terribles guerreros os lanzaron?
¿Han sido las estrellas?

Vuestras músicas vienen del alma de los pájaros,
de los ojos de Dios,
de la pasión perfecta.
¡Arboles!
¿Conocerán vuestras raíces toscas
mi corazón en tierra?



A un naranjo y a un limonero (Antonio Machado)
Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte! 
Medrosas tiritan tus hojas menguadas. 
Naranjo en la corte, ¡qué pena da verte 
con tus naranjitas secas y arrugadas!. 

Pobre limonero de fruto amarillo 
cual pomo pulido de pálida cera, 
¡qué pena mirarte, mísero arbolillo 
criado en mezquino tonel de madera! 

De los claros bosques de la Andalucía, 
¿quién os trajo a esta castellana tierra 
que barren los vientos de la adusta sierra, 
hijos de los campos de la tierra mía? 

¡Gloria de los huertos, árbol limonero, 
que enciendes los frutos de pálido oro, 
y alumbras del negro cipresal austero 
las quietas plegarias erguidas en coro; 

y fresco naranjo del patio querido, 
del campo risueño y el huerto soñado, 
siempre en mi recuerdo maduro o florido 
de frondas y aromas y frutos cargado!



Poesías Infantiles

Herrera (Adela Bash)


En casa de herrera, cuchilla de pala.
En casa de pistolero, revólver sin bala.
En casa de dentista, caries a la vista.
En casa de modista, nunca hay ropa lista.
En casa de peluquero, nadie se corta el pelo.
En casa de cocinera, comida comprada afuera.
En casa de adivino, nadie sabe su destino.
En casa de pedicuro, callos demasiado duros.
En casa de cirujano, nadie permanece sano.
En casa de pintor, siempre falta color.
En casa de sastre, el traje es un desastre.
En casa de banquero, ausencia de dinero.
En casa de profesor, la ortografía da horror.
En casa de joyero, orejas sin aro.
En casa de herrero, cuchillo de palo.



El dragón Filiberto (Liliana Cinetto)


El dragón Filiberto
quiere dar un concierto
e invita a sus amigos
a escucharlo cantar
pues ha ensayado tanto
en su clase de canto
que cree que está listo
para un gran recital.
Nadie falta a la cita
en un claro del bosque.
Filiberto nervioso
se dispone a cantar.
Pero entonces ocurre
que enormes llamaradas
le salen por la boca
sin poderlo evitar
y le quema las plumas
a un gorrión distraído,
le chamusca la oreja
a un conejo haragán.
A una ardilla coqueta
se le enciende el vestido
y le incendia la cola
a un zorro charlatán.
Todos los invitados
huyen despavoridos
y el pobre Filiberto
¡BUAH! se pone a llorar.
Patalea en el suelo
y no tiene consuelo:
—No hay caso. ¡Qué fracaso!
Nunca podré cantar.
Al verlo deprimido
y descorazonado
una vieja lechuza
lo quiere consolar
y le dice en secreto
que le dará un consejo
para que sin peligro
pueda por fin cantar.
Otra vez Filiberto
organiza un concierto
aunque no es en el bosque
sino en otro lugar.
Pues siguiendo el consejo
de la lechuza sabia
dentro de una bañera
el dragón cantará.
Y así mientras lo escuchan
cantar bajo la ducha
el dragón Filiberto
su sueño cumplirá.

Poesías de nuestro país

Barrio de Belgrano (Cátulo Castillo)


¡Barrio de Belgrano!
¡Caserón de tejas!
¿Te acordás, hermana,
de las tibias noches
sobre la vereda?
¿Cuando un tren cercano
nos dejaba viejas,
raras añoranzas
bajo la templanza
suave del rosal?

¡Todo fue tan simple!
¡Claro como el cielo!
¡Bueno como el cuento
que en las dulces siestas
nos contó el abuelo!
Cuando en el pianito
de la sala oscura
sangraba la pura
ternura de un vals.

¡Revivió! ¡Revivió!
En las voces dormidas del piano,
y al conjuro sutil de tu mano
el faldón del abuelo vendrá...
¡Llamalo! ¡Llamalo!
Viviremos el cuento lejano
que en aquel caserón de Belgrano
venciendo al arcano nos llama mamá...

¡Barrio de Belgrano!
¡Caserón de tejas!
¿Dónde está el aljibe,
dónde están tus patios,
dónde están tus rejas?
Volverás al piano,
mi hermanita vieja,
y en las melodías
vivirán los días
claros del hogar.

Tu sonrisa, hermana,
cobijó mi duelo,
y como en el cuento
que en las dulces siestas
nos contó el abuelo,
tornará el pianito
de la sala oscura
a sangrar la pura
ternura del vals...





Córdoba de antaño (Ricardo Arrieta)


Córdoba de antaño

Ciudad de mis amores
antigua y religiosa
la de la bella estirpe
y casta doctoral
te conocí asomando
tus crestas al barranco
del pozo que es el centro
vital de la ciudad.

Creciste al impulso
de tus industrias nuevas
dejaste en el recuerdo
la Córdoba de ayer
el corralón de carros
el Abrojal, La Bomba
decile que te cuente
si no es para volver.


Largate hermano mío
contale a tus muchachos
costumbres y leyendas
que yo no olvidare.
Los bailes en lo patios
el mandolín, el arpa,
la chispa del Cabeza
recuerdos de mi ayer,
del corso en San Vicente
del ciego de la flauta
y aquel coche de plaza
que se quedó de a pie.

Recuerdas buena amiga
los años juveniles
la Córdoba de antaño.
de mi primer amor
y aquel tranvía nuestro
que se llevó el progreso
en el que tantas veces
viajábamos los dos.

Alcobas y balcones
de estilos coloniales
romántico escenario
de un tiempo que pasó.
Cuando te demolieron
para ensanchar tus calles
sentí dentro del pecho
golpear mi corazón.

La voz de Edmundo Cartos
cantó tu serenata
y el fuelle de Ciriaco
fue su fondo musical
y la guitarra criolla
de don Cristino Tapia
dejó para mi Córdoba
su vals sentimental.
Y la guitarra criolla
de don Cristino Tapia
dejó para mi Córdoba
su vals sentimental.





Lunita Tucumana (Atahualpa Yupanqui)



Yo no le canto a la luna
Porque alumbra nada mas
Le canto porque ella sabe
De mi largo caminar. 
Ay lunita tucumana
Tamborcito calchaquí
Compañera de los gauchos
En la senda del tafí. 
Perdido en las cerrasones
Quien sabe vidita por donde andaré
Más cuando salga la luna
Cantaré, cantaré
A mi tucumán querido
Cantaré, cantaré, cantaré.
Con esperanza o con pena
En los campos de Acheral
Yo he visto a la luna buena
Besando el cañaveral. 
En algo nos parecemos
Luna de la soledad
Yo voy andando y cantando
Que es mi modo de alumbrar. 
Perdido en las cerrasones
Quien sabe vidita por donde andaré
Más cuando salga la luna
Cantaré, cantaré
A mi tucumán querido
Cantaré, cantaré, cantaré.

Poemas de María Elena Walsh

Ahora
Ahora como un ángel apareces
y me rodeas sin decirme nada.
Ángel que yo cuidara tantas veces
sin saberlo, callada.
En todo lo que miro permaneces
como el aire feliz de la mirada.
Me parezco a tu ausencia y te pareces
a mí resucitada.
Porque viniste cuando me moría
a devolverme a vivas caridades;
porque mi noche muda se hizo día
por gracia de tu voz iluminada,
en esta eternidad con que me invades
yo que no era, soy tu enamorada.

Balada Del Tiempo Perdido


“Yo dormía pero mi corazón velaba…”
Cantares
Como a sus vanas hojas
el tiempo me perdía.
Clavada a la madera de otro sueño
volaban sobre mí noches y días.
Poblándome de una
nostalgia distraída,
la tierra, el mar, me entraban en los ojos
y por ociosas lágrimas salían.
Cuántos papeles ciegos
en la tarde vacía.
Qué multitud de imágenes miradas
como a través de una mortal llovizna.
Entorpecidas sombras
en vez de manos mías,
de tanto enajenarse en los espejos,
todo lo que tocaba se moría.
Memorias y esperanzas
callaban su agonía:
un porfiado presente demoraba
siempre las mismas ramas amarillas.
Qué tiempo sin sentido
el que mi amor perdía.
Qué lamentable primavera inútil
haciendo en vano flores que se olvidan.
Pero mi corazón
velaba y no sabía.
Recuperada su pasión secreta
ahora enamorado resucita.
Y el tiempo que hoy me guarda
entre sus hojas vivas
es un tiempo feliz desde hace tantos
sueños que nacerán en la vigilia.

La cigarra
Tantas veces me mataron
tantas veces me morí
sin embargo estoy aquí
resucitando.
Gracias doy a la desgracia
y a la mano con puñal
porque me mató tan mal
y seguí cantando.
Tantas veces me borraron
tantas desaparecí
a mi propio entierro fui
sola y llorando.
Hice un nudo en el pañuelo
pero me olvidé despuésque no era la última vez
y volví cantando.
Tantas veces te mataron
tantas resucitarás
tantas noches pasarás
desesperando.
A la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando.
Cantando al sol como la cigarra
después de un año bajo la tierra
igual que sobreviente
que vuelve de la guerra.

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